Más Pobreza Rural; el Lado Sombrío de las Exportaciones Agropecuarias

Exportaciones del campo, ganancias de unos cuantos

Si se trata de alcanzar una política agropecuaria que atienda el mensaje de “primero los pobres”, deben analizarse los resultados comerciales  que favorecen a un pequeño grupo, estando fuera de esos beneficios más del 90% de las unidades de producción; sólo el 0,3%, unas 18 mil unidades de las más de cinco millones que existen en el país, alcanzan la agro-exportación

 LA CARTA ROBADA

 Por Emilio López Gámez (*)

Especial para Cananea TV

 Quedó marcado para siempre en la mentalidad, sobre todo de los gobiernos del siglo pasado, y de éste, las ideas centrales de la obra de W.W. Rostow “Las etapas del crecimiento económico” donde argumentaba, que las sociedades pasarían de una etapa tradicional, basadas en la agricultura, a una moderna industrial. Las economías campesinas e indígenas, fueron  lanzadas a una política prácticamente de exterminio, porque representaban lo más “atrasado”. Esa es la narrativa dominante que sostiene que las grandes unidades de producción agropecuarias, son la expresión moderna de la economía. En ese contexto del debate de las ideas, recientemente se nos informó sobre el superávit en las exportaciones agroalimentarias mexicanas. Analizar los diferentes ángulos de lo que ello representa es el tema de hoy.

Entremos en materia: El tipo de cambio, concretamente la volatilidad  y sobre todo la depreciación del peso,  lleva a favorecer las agro-exportaciones y con ello a una minoría de agro-exportadores. Por otro lado,  la depreciación  tiene un efecto negativo sobre las importaciones, que ahora resultan más caras. Si el valor de las exportaciones es más alto que el de las importaciones se  tiene superávit. El superávit  agroalimentario anunciado hace unos días, está también vinculado al comportamiento de otras variables como  el precio del petróleo, la tasa de interés, la  inversión, las reservas, la inflación. Esos procesos están muy lejos de ser controlados por  el Ejecutivo nacional, y más lejos de los alcances de una Secretaria de Estado.

En realidad ese superávit muestra una política que se puede ver desde dos perspectivas: Podemos recordar crisis anteriores, donde se tuvieron  superávits, por ejemplo con la devaluación de 1994 y  también en el 2015. La situación actual arranca  a partir del 2015, en el gobierno de Enrique Peña, y se ha seguido hasta hoy. Como se sabe, al momento de moverse el tipo de cambio, en este caso, cambiar más pesos por dólar, favorece a los exportadores de alimentos, como es el caso de las hortalizas, frutas y legumbres en el caso mexicano ¿Pero qué más es necesario saber?: que los agroexportadores son los productores ubicados, sobre todo, en la agricultura-industria  moderna; ellos son los que se ven  favorecidos, pero la otra parte de la realidad es que se excluye a la mayoría de los productores del país. Resulta obvio que esa  política no puede continuar en este siglo y traducirse en más subsidios para lucro de un irrisorio  grupo de productores.

¿Qué se oculta también? Que  las importaciones, con la depreciación, por ejemplo en el caso de  los alimentos, como  en granos básicos y estratégicos, resultan ahora más caras, lo cual nos plantea otras interrogantes: ¿Cuáles podrían ser los impactos de la relación entre el peso y el dólar en otras actividades, por ejemplo, las agro-industriales? ¿Qué consecuencias se podrían tener en los ingresos de los trabajadores? ¿Cuáles podrían ser los impactos en la inflación? Esas preguntas caben  en la coyuntura.

RUMBO A UNA POLÍTICA AGROPECUARIA DE EXTERMINIO

Pero en el largo plazo, continuar con lo anterior, llevará a una política agropecuaria de exterminio de la agricultura campesina e indígena, al menos que haya cambios en la 4ta. T., máxime si los argumentos de Rostow no son precisos, por ejemplo, en realidad, la agricultura tradicional tiene un gran potencial en la producción de alimentos sanos.

En el caso de la agroindustria,  hay actividades que requieren necesariamente compras de insumos en el exterior, para su producción, que  son ahora más caros. En el caso de la avicultura esta actividad compra en el exterior la mayor parte del maíz amarillo, cerca del 70 % para las actividades en la producción de huevo y pollo. Al final del día, la depreciación del tipo de cambio, así como favorece un superávit,  repercute también en el tema inflacionario, presionando al salario.

El tiro por la culata: Si se trata de tener una política agropecuaria que atienda el mensaje de “primero los pobres”, tenemos problemas con esos resultados comerciales  que solo benefician a un pequeño grupo, ya que están fuera de esos beneficios más del 90% de las unidades de producción. Del total de más de 5 millones de unidades de producción, hay un pequeño grupo de 18 mil unidades; estrato en el que se desarrolla  la agro-exportación y  representan sólo  el 0.3 % del total de esas unidades.

Durante más de medio siglo este grupo de productores y empresas ha recibido todos los apoyos en infraestructura, grandes presas, caminos, almacenes, apoyos en sanidad y subsidios de todo tipo, lo que es la base de su poder agroexportador. Tiene razón el Ejecutivo en impulsar una gran  transformación, aquí en este caso, han sido, primero los ricos

Ahora en el 2020, se anuncia, como algo prospero, el saldo favorable de la balanza agroalimentaria con el exterior, y algunos conocedores lanzan las campanas al vuelo, con premura, por el “éxito” de las grandes unidades agro-exportadoras, pero no se analiza de fondo lo que ha pasado y pasa en el campo y sobre todo, lo que este modelo secundario exportador le cuesta a la sociedad.

Es inaceptable que haya una política agropecuaria que presente realidades tan contrastantes: por un lado, producción  de alimentos en México para otros países, con grandes beneficios para pocos mexicanos y por otro lado, la exclusión de millones  de  unidades de producción campesinas e indígenas, que además tienen un gran potencial; a lo que se suma que decenas de millones de mexicanos no tienen para cubrir la canasta alimentaria básica. Eso se profundizó en el neoliberalismo, pero ahora es absurdo que se siga reproduciendo.

Dadas las condiciones de millones de nuevos pobres y en pobreza extrema en el campo y la ciudad y el menosprecio, de siglos, hacia la agricultura campesina e  indígena,  es más que necesario  una nueva  política agropecuaria; eso es  lo que debería estar procesándose en la 4ta. T.  y no enfocar  solamente los fulgentes superávits que se repiten en un modelo que se niega a irse, y que reproducen una política excluyente, candil de la calle y obscuridad de  la casa, presente durante ya varios siglos. Por supuesto, que hay que aprovechar las ventajas comparativas. Pero a México le convendría fundamentalmente tener presente a sus economías campesinas  e indígenas y su sujeto histórico, las organizaciones campesinas y  activar el mercado interno, sólo esto transformará la estructura del campo.

(*) Economista y Doctor por la Universidad de Chapingo, especialista en temas agrícolas

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