Debe articularse la unidad de todos los movimientos sociales
El capitalismo global, promueve las acciones fragmentadas con el fin de que las mayorías abandonen la lucha por el cambio social; desde el poder se privilegian los movimientos contra el racismo, las parejas homosexuales, la homofobia, y el colonialismo, lo que impide formular una estrategia que aglutine las luchas individualistas; es necesario recuperar una dimensión más allá de los particularismos, para hacer frente al capitalismo
La Carta Robada
Por Emilio López Gámez (*)
Especial para Cananea TV
Daniel Bernabé en su libro La Trampa de la Diversidad (Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora), observa que el capital ha buscado que la fuerza de las luchas colectivas, sobre todo el conflicto capital-trabajo, quede diluido por los conflictos en torno a derechos civiles, que sitúan lo problemático no en lo económico o lo laboral y mucho menos en lo estructural y que se sustituya por la lucha por el matrimonio homosexual, la memoria histórica y el lenguaje de género y un conjunto de luchas particulares, como, la mujer oprimida, los pueblos colonizados, las sexualidades no heterocentradas, entre otras.
Los críticos de la diversidad, no están afirmando que esos movimientos carezcan de importancia, ya que es relevante que los diversos grupos sociales puedan tener los mismos derechos civiles que el resto. Sin embargo, la crítica a esos procesos y a esas demandas de grupos en lo individual es que la fuerza de la lucha colectiva de clases (aunque no haya una clase explotada, como en el relato marxista, la mayor parte de la población trabaja para otros para vivir) se diluya en el irremediable individualismo de lo identitario, o sea, en las peleas por las identidades.
LAS SUBJETIVIDADES ALIADAS DEL CAPITALISMO GLOBAL
En torno a estas peleas por la identidad (entre ellas el feminismo, el pos-colonialismo, los estudios culturales, la democracia en sus diferentes expresiones), sus críticos observan que estos movimientos son formaciones posmodernas que dejan de lado los antagonismos y contradicciones de clases, e “inventan” subjetividades que se postulan como luchas “alternativas”, pero en realidad – critican- “operan como los mejores aliados del capitalismo global”.
Las críticas a este tipo de luchas se centran en las posiciones filosóficas que arrancan en Europa en el proceso del 68 y se centran específicamente en filósofos como Foucault, Deleuze y Derrida que, de acuerdo al filósofo Slavoj Zizek, están vinculados a corrientes académicas de moda, que han contribuido enormemente a la despolitización de la economía, centrando su atención en temas “secundarios” como el de las identidades sexuales, los derechos de las minorías , la violencia de género, y el calentamiento global, en lugar de atacar al capitalismo. En el fondo, no cuestionan “el horizonte capitalista que hace posible y estructura todas estas luchas”.
POSMODERNISTAS, MÁS PELIGROSOS QUE LA DERECHA
Para el mismo Zizek el peligro más grande para las luchas políticas de izquierda no proviene de la derecha, sino de este tipo de posiciones de los posmodernistas, que ponen énfasis en este tipo de luchas como las mencionadas y que se presentan como renovadores del pensamiento de la izquierda, pero que en realidad no han hecho más que desvirtuarlo, en tanto que promueven una lucha fragmentada (basada en la lucha por la diversidad) y abandonan la lucha por el cambio social global; privilegian las luchas contra el racismo, las parejas gay, las lesbianas, la homofobia, y el colonialismo, cayendo en un relativismo que les impide formular una política emancipatoria y optan por los particularismos, por las luchas individualistas, por lo que se hace necesario recuperar una dimensión más allá de los particularismos, para hacer frente al capitalismo. Entonces la lucha emancipatoria que reconozca los derechos de todas y todos surgirá de una pelea contra el capitalismo.
Quizá la crítica, de mayor poder, a estas luchas por la identidad, a estas “guerras culturales” de diversidad de grupos, es la que se lanza contra Foucault, fuente de este tipo de proyectos y que Zizek la resume así: para Foucault el poder no es un atributo que pertenezca a determinados sujetos sino una malla de relaciones que atraviesa la sociedad entera, de ahí que no es posible escapar a las relaciones de poder.
Entonces las resistencias, por ejemplo, las luchas particulares por la identidad que venimos refiriendo, tendrán que ser articuladas, comprendidas en (a partir de) técnicas desarrolladas por el mismo poder. Esto se señala es un problema que Foucault no supo resolver, pues si los mecanismos de poder generan los mismos sujetos sobre los cuales ejercen su fuerza, entonces la relación entre poder y resistencias es circular: “El sujeto que se resiste juega en realidad bajo las mismas reglas que intenta combatir, pues es un producto de esas reglas disciplinarias que acompañan el surgimiento del capitalismo” (Santiago Castro-Gómez, Revoluciones sin sujeto. Akal)
LA TRAMPA DEL “ABRAZO MORTAL RECÍPROCO”
En otras palabras, los sujetos (en este caso los movimientos que hemos venido mencionando) que se resisten a esas reglas o costumbres; reglas que se fortalecen en el capitalismo y en el neoliberalismo, y que los movimientos buscan superar, como podría ser el caso del machismo, la discriminación hacia las mujeres, los agravios, y la tremenda violencia inaceptable como el feminicidio, en su núcleo más profundo están marcados por esas reglas( mallas de relaciones que atraviesan a la sociedad entera); están, los sujetos, formados por ellas. Así el poder y la resistencia se hallan atrapados en un “abrazo mortal reciproco”. Dice Castro-Gómez: “no hay poder sin resistencia y no hay resistencia sin poder”. Acabar con este “abrazo mortal” podríamos decir, implica enfrentar al capitalismo y no diluir los esfuerzos colectivos en particularismos.
En tanto se construye un proyecto emancipatorio que supere los particularismos surge la necesidad de seguir reflexionando y llegar a ampliar la comprensión de las luchas decoloniales, feministas, ecologistas y antirracistas. Como decíamos, sus críticos no están afirmando que esos movimientos carezcan de importancia, ya que es relevante que los diversos grupos sociales puedan tener sus derechos civiles y su dignidad a salvo. En los marcos muy acotados que tenemos, y sin acabar con el tema, podemos decir que la izquierda debe ser capaz de gobernar y que el objetivo de una política emancipatoria es construir instituciones que no tiendan a cerrarse, lo que puede traducirse en derechos individuales y colectivos, así como en ampliar los caminos de la disidencia.
(*) Doctor en Economía por la Universidad de Chapingo y experto en temas agrícolas.