El Escritor

EL ESCRITOR

 

El escritor llevaba ya varios días -¿o semanas? -frente a una hoja en blanco. Todo lo que había estado escribiendo tenía como destino final el bote de la basura. “¡Basta por hoy!”, pensó. “Pero mañana será diferente, terminaré con ésta esterilidad”.

Esa misma noche, cansado ya de sus inútiles intentos, salió de la oficina, tomó a su mujer de la mano, la llevó a la cama, y le hizo el amor con inusitado frenesí. Era tanta la frustración acumulada, que terminó con un largo y placentero orgasmo, en el que su semen, en vez de esperma, contenía letras. Así fue que, con la ayuda de su inteligente mujer, y después de nueve meses, les nació un lindo cuentito.

El escritor, feliz de ver a su pequeña y hermosa obra, decidió vivir para ella y alimentarla cuidadosamente día con día. Fue maravilloso ver crecer a su cuentito y mirar cómo se iba convirtiendo en un pequeño relato, el que, cuando llegó a la adolescencia, comenzó, como suele suceder, a llenarse de sexo; pero salió de ésta etapa bastante bien y, después de que desaparecieron de sus páginas los últimos barritos, se encontraba convertido en una buena historia. Inmadura todavía, pero con un prometedor futuro.

El escritor, al ver que su obra iba por buen camino, decidió gastar sus ahorros y mandarla a viajar. De ésta manera su relato visitó muchos países, conoció gente distinta y se nutrió de otras culturas. Para cuando volvió, era ya una buena novela, que continuó creciendo hasta alcanzar la madurez.

El escritor estaba contento de que su obra no se hubiera quedado sólo en palabras, pues entonces hubiera sido un diccionario; ni le había dado por la religión, lo cual fue bueno porque ya hay demasiadas biblias en el mundo. Y tampoco se fue por el lado del comercio; eso la habría convertido en una sección más de algún tonto catálogo. No, con su retoño él fue afortunado. Su historia era verdaderamente inteligente.

Había pasado mucho tiempo, y el escritor era ya un viejo cuando, un día, su teléfono sonó. Era una larga distancia desde Estocolmo. No lo podía creer. Su obra había ganado el Premio Nobel de Literatura. Por sus mejillas arrugadas rodaron lágrimas de orgullo y felicidad. Colgó el teléfono, tomó a su mujer de la mano, la llevó a la cama y, abrazados, murieron de vejez esa misma noche. En el mismo lecho en el que, muchos años atrás, se gestó la idea primigenia de la cual se derivó su gran historia.

Cuento: Nes Masso©

Ilustración: Ig Fonts©

 

 

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