El Ídolo y la Estrella

EL ÍDOLO Y LA ESTRELLA

Para Dany

Esta historia tiene ya algunos años, aunque quizá sea eterna…

Marilyn Monroe y Joe DiMaggio, ella una rutilante estrella de Holywood y él un ícono adorado del Beisbol, se casaron en 1954, cuando, él, un hombre maduro ya, disfrutaba de la fama de la gloria deportiva, y ella, una joven inquieta y soñadora, se encontraba en plena explosión de su carrera cinematográfica. DiMaggio amaba a su esposa con locura, pero aquel amor estaba siempre acompañado por la sombra de los incontenibles celos. Al héroe deportivo le molestaba, hasta llevarlo más allá de los límites de la paciencia, el permanente asedio de la prensa y los fanáticos. Así que el célebre beisbolista, vencedor de mil batallas, sintiéndose incapaz de ganar ésta, rindió la plaza poco tiempo después del casamiento. Aquel matrimonio, el favorito de los pasquines de la época, sólo duró nueve meses. En descargo del larguirucho jugador se puede decir que muchos hombres empatizaban con aquella celotipia, pues, qué hombre en su lugar podría esquivar los celos, sobre todo si, mirando el panorama general, Joe, aunque de personalidad distinguida, no era un hombre muy apuesto, mientras que su flamante esposa (calificada por la prensa como “la bomba sexual de Hollywood), era la mujer más deseada del mundo.

Se sabe que DiMaggio nunca se repuso de aquella ruptura y quienes lo conocieron dicen que nunca dejó de amar a Marilyn. Ella, mientras tanto, anduvo dando tumbos por el resto de su vida; cambiando de unos brazos a otros y con una carrera oscilante. Sabemos que nunca alcanzó la felicidad.

Ellos volvieron a reunirse después del divorcio en varias ocasiones y se sabe que incluso pasaron temporadas juntos en la casa que el beisbolista tenía en la Florida. Pasaban las tardes juntos leyendo poesía. De todas formas, y con el dolor de ambos, los avatares del destino impidieron que volvieran a consolidar una pareja. Después, llegó la muerte.

Marilyn murió, en la soledad, de trágica y misteriosa manera. Y se dice que quien más la lloró fue DiMaggio. Él sobrevivió a su exesposa por veinte años, tiempo en el que, tres veces por semana, aparecieron enormes ramos de espectaculares flores en la tumba de la Monroe.

Hollywood pasó la hoja, como siempre hace, y los titulares de la prensa rosa se ocuparon de otras historias. Marilyn, sin embargo, no fue olvidada nunca. En el mundo hay aún millones de hombres y mujeres cautivados por aquella explosiva belleza, por aquella picardía inocultable y también por su gran inteligencia. Pero, de entre todos, nadie la amará tan fervientemente como aquel esposo que, teniéndola entre sus brazos, debió dejarla ir al sentirse incapaz de contener el deseo multitudinario que su mujer despertaba.

Nadie sabe si la consciencia desaparece para siempre. Nadie sabe si el amor simplemente se esfuma sin dejar una huella, un aroma, un pensamiento. Tal vez, en algún lugar, se ha quedado una puerta abierta para que los amorosos vuelvan a reunirse una última ocasión, y esta vez será para siempre.

DiMaggio murió en 1999, irónicamente en un pueblo llamado Hollywood, en el estado de Florida.

Y, quién sabe, quizá, luego de tantos años sufriendo la ausencia de aquel imborrable amor, el beisbolista dejó su propia vida de lado, cansado ya de no tener a su esposa entre sus brazos, y entonces decidió irla a buscar. Entre los miles de millones de estrellas habrá de encontrar una, la estrella más sonriente de todas, su amada Marilyn. Y, tal vez, en algún lugar, ella estará esperando por su esposo. Y el otrora héroe de beisbol, ahora un simple enamorado, volverá a ver la inteligente mirada de su antigua compañera. Ahí, en ese sitio, un hermoso lugar del universo pletórico de estrellas, habrán de continuar su inacabada historia de amor.

En la tumba de Marilyn cesó la entrega de flores, y es porque Joe cruzó la puerta para entregarlas en mano propia. Y ella, seguramente, las recibió con el amor de siempre y regaló a su amado aquella resplandeciente sonrisa, tan luminosa como una estrella. Ah, por cierto, ella lo esperaba con un libro de poesía en la mano.

Nes

 

 

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